domingo, 18 de marzo de 2018

Ya no sé si queda algo.
El día que te diga que te quise cuarenta cazas de combate se estrellarán en mi pecho, dejándolo todo muerto, gris, sin vida. Dejando un paisaje desolado y vacío, cubierto de sangre.
El infierno de los hombres aparecerá dentro de mi y arderá todo aquel que no se atreva a pronunciarlo, que no tenga el valor, la fortaleza, de gritarlo.
El día que te diga te quiero, será sin sentirlo para no ahogarme por dentro, será en voz baja, temblando, fingiendo que es mentira. 
Fingiendo que no, que nunca te he querido ni lo más mínimo; que no he sentido ni el más tenue aprecio por ti. 
Fingiendo que cada vez que te rozaba no sentía nada, que los abrazos o las caricias no hacían que me estremeciera por dentro. 
Fingiré, que cada vez que me tocabas no me ponía tensa, ni que nunca quise quedarme con tu camisa.
Pero es mentira y todos lo sabemos, y esto solo sirve para desahogarme un poco más.
Cómo coño te explico que me he enganchado a ti, que te he tomado en 7 dosis que me han sabido a poco y me he envenenado tanto que ni siquiera he querido buscar cual era el antídoto. Que sabiendo que me destrozarías por dentro he querido quedarme.
Porque eras una cueva con su halo de misterio, un lugar tan profundo y oscuro, pero el lugar donde sentirse a salvo. El refugio en el que perecer.
Y ahora que más da, si solo hay silencio. Si me siento ridícula, tan solo una niña asustada y vacía frente al precipicio. Confusa, queriendo olvidarlo todo y pasar. Aunque todos sepamos que no será así, porque el problema está en que te seguiré viendo a través de mis ojos.

viernes, 21 de abril de 2017

Atemporal.
Te he visto y se han descolgado las nubes por ti. 
Se ha desnudado Noviembre a tu paso y una fría oleada de "lo sientos" se aproxima al volver a besarte.
Me he equivocado, y sé que quería equivocarme; y fallar. 
Quería mudar la piel y ver como los manantiales que conocí en tus labios se desvanecían. 
Quería verme morir: asistir a mi propio funeral, con cuervos de por medio. Siempre con cuervos, amor.
Quise volver a ser atemporal cuando me di cuenta que el tiempo ya no justifica los actos, y que tus manos ya han abandonado los rincones de estos jardines. 
De estas plantas que han perecido y desaparecido porque no te recuerdan.
Que las enredaderas han dejado de trepar entre mis costillas y que la presión en el tórax no se va. 
No se va porque tengo clavadas en el pecho todas las lilas que vas a llevar a mi entierro. 
Que aún no he muerto pero ya me desvanezco. Que ya me pesa este dolor que hoy todavía no siento. 
El dolor de resquebrajarme por dentro, el dolor que las lilas apagarán.
Pero vuelvo a soñarte y comienza el bucle. Creí haber volado lo suficientemente alto como para evitar los cables de alta tensión, pero ahí están, ahí estás. 
Derrumbaste muros y fronteras y ahora busco entre las paredes de esta casa:
un río, 
una montaña, 
un glaciar, 
un alud
que tenga el valor de sepultarnos y callarnos para siempre.
El frío que se esconde entre los cipreses escribirá mi epitafio, aunque todavía no muera. 
Aunque no me escape, ni espere el murmullo de estar contigo a contraluz.
Aunque sea inmune, me sobrevivo.
Aunque me asfixie la pena 
y no sepas verte desde mis ojos.
Aunque entre tus pestañas ya no quede hueco para mi... Porque aunque quedase, yo ya no lo quiero.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Si tuviéramos que definir la tristeza sin usar las manos. 

Sin tocarnos todo parece mucho más sencillo. Si no nos vemos, la tristeza se queda ahí. No se va. No se quiere ir desde que tú te marchaste. Ya no tiene valor, ni definición, pero no se va. 
Si conseguimos vernos sin encogernos y sin que el corazón se nos salga del pecho, la tristeza nos vuelve a ganar la batalla.
El día en que tú y yo seamos capaces de encontrarnos sin temblar, la tristeza se pegará un tiro entre ceja y ceja por que no habrá cumplido con su misión. 
Aunque no tenga definición creíble. 
"Estado afectivo provocado por un decaimiento de la moral. La expresión del dolor afectivo mediante el llanto, el rostro abatido..." Ojalá fuera solo eso. Ojalá solo fueran unas ojeras hasta los pies y unas ganas de llorar.
Te das cuenta de que la tristeza no tiene definición cuando ya no te paras a contar las flores que han crecido en los cerezos.
Te das cuenta de que antes la primavera era la única que conseguía devolverte el color pero que ya ni eso, que también te la has llevado.
Que te has quedado con mis estaciones; te has llevado mi Abril cuando yo ni siquiera era Enero, cuando aún no era tan fría. Y has derretido el verano para crear un océano a tus pies; al que me lancé de cabeza sin saber nadar.
Y qué, si la tristeza no tiene lo que hay que tener para enfrentarse a mi mala suerte; que no le aguantaría ni un asalto. Y aún así, no encontraría su definición.
Sin tener que olvidarnos es imposible definir lo que es la tristeza. Si nos alejamos, no se atreve a enfrentarse a mi por miedo a que te diga lo que siento. Que hasta la tristeza se muere de pena cuando no estamos juntos.
Ella se ha cansado de vernos de lejos, de vernos sin ganas y con su patetismo invisible nos obliga a temer. 
A tener que inventarnos una definición antes de que la piel se nos caiga a pedazos. Antes incluso de abrirnos en canal y dejar que la sangre brote para que nuestra dulzura no nos fuese tan amarga, amor.
Que la tristeza ya no se atreve a marcharse por miedo a dejarme a solas conmigo misma. Por que sabe que en la estantería se acumula algo más que polvo. 
Que la tristeza no quiere, que ella no sabe querer, porque si está con alguien lo rompe; pero que a mi ya me da igual, si estuve rota y me supe arreglar sola; como sola vuelvo a pensarte y a patearme las calles buscando tu reflejo en los cristales, porque mi mente te sigue encontrando. Porque en mi mente ya había anidado la tristeza antes de que tú llegases y antes de que te soñase por primera vez.
Pero ahora la tristeza finge conmigo que ya no te busco. Ahora ella es mi compañera, y sabe que, en el fondo, te dejaré de soñar el día que alguien consiga definir la tristeza sin desgarrarse por dentro.

martes, 24 de enero de 2017

Anxiety.
Hoy me apetecía escribirte. Te envidio, eres libre. Vienes a verme con total libertad cuando te apetece. Entras en mi vida, lo revuelves todo y te vas, haciendo que sea yo la que tiene que volver a recomponerse. Eres difícil de controlar y más de querer.
Apareces cuando parece que todo está a salvo, pero no; en ruinas, haces que acabe en ruinas, y que se necesiten más que mis fuerzas para poder con todo.
Cuesta un mundo no querer salir corriendo o llorar en mitad de la nada cuando llegas. 
No te imaginas lo mucho que la gente te ha llegado a odiar. Pero lo peor no es el odio, lo peor es no entenderlo. Que no te entiendan pequeña, que no sepan de qué vas, que ridiculicen que existas. Mirándolo con mis ojos, en el fondo me das lástima, me apena que seas tan odiada.
Me apena que tenga que aprender a reconstruirme porque tú hayas venido a destruirme. Me apena que aún así yo no te odie; que te quiera aunque la mitad de mi desee no haberte conocido nunca.
Cuando vienes consigues que todo se estremezca. Que ya no sepa reaccionar ni ocultarlo. Que eres la autolesión constante, lo único que te martillea la cabeza. Y de repente, te vas. 
Ya te has ido. 
No te echo de menos, esto no es un reclamo, pero te has ido y por supuesto no quiero que vuelvas.
Eras única en destrozarme por dentro y cuando aparezcas sé que lo harás otra vez.
Espero que al menos tardes en volver y siento ser yo la que te lo diga, pero ojalá no hubieras venido a visitarme jamás.

martes, 13 de diciembre de 2016

Martes 13.
Llegaste en mi invierno, cuando la nieve no hacia más que enfriar la sonrisa gris.
Me descubriste, te adentrarse en mi primavera, conociste mi abril, mis tormentas y aún así hacías volar pájaros para que sonriera.
Descubriste el temblor de mi cuerpo con cada caricia y hasta hoy no he escrito sobre ello.
No había escrito sobre el reflejo de mis ojos en los tuyos ni como, juntos, hemos aprendido a ser más nuestros. A querernos a quemarropa hasta desgastarnos la piel. A borrar las dudas y dejar de lado el miedo; a saber que volar juntos es mejor si es en un cielo claro, despejando las nubes tóxicas.
Que juntos hemos aprendido a luchar, codo con codo, a ser compañeros; invencibles.no sé lo que estaremos haciendo dentro de un año ni de diez, ni quiero saberlo porque no hay mejor manera de seguir adelante que improvisando contigo; que no puedo asegurarte ni media noche, pero sabes que te daría vida y media.
Hemos aprendido a lamernos nuestras propias heridas, a querernos por encima de nuestras posibilidades y a no prometernos el cielo, porque nunca nos prometimos algo que no fuéramos a cumplir. 
Después de todo este tiempo, tampoco había hablado de la suerte. La suerte de haber aprendido a soñarte, a recorrer cada rincón de ti y creerme un poco tuya, sin dejar de ser mía. De aprender a ganar aún estando en el bando vencido, de creer que seguirías aquí abrazado a mi espalda cuando el invierno llegase. 
Hoy, quiero hablarte de esa suerte, de las manías que no quiero que se vayan, del olor de tu colonia, y de ti. Darte las gracias por ayudarme a reconstruirme, por aprender a deconstruirnos; por quedarte cosiéndome las heridas y besándome las cicatrices.me he acostumbrado a tenerte y no quiero que esa suerte desaparezca. Me he acostumbrado a tu risa, a los lunares de tu espalda y a dibujar en ella; a no querer salir corriendo si no es contigo, a besarte hasta olvidarnos de los días de la semana. 
Y que a mi, nunca, un martes 13 me había traído tan buena suerte.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

No he vuelto a soñar.
Ya no sueño, he dejado de hacerlo. He dejado de soñar contigo.
No te conozco, ni tu a mi tampoco y estoy segura de que tu muerte es innecesaria, pero he dejado de soñarte.
Gemían las olas que se atrevían a dudar de mi palabra al decir que ya no te sueño. Que ya ni siquiera recuerdo tu voz. Tiene gracia, amor, ver como en tan poco tiempo he conseguido olvidarme de tu intangible rostro. 
Las flores que antes nos susurraban se han callado para siempre y ahora nada logra aplacar este dolor. Ni siquiera la primavera ha querido quedarse conmigo, se ha marchado, haciendo que todo se vuelva frío y gris. 
Hemos dejado de buscarnos, ya no nos soñamos y ahora ese frío nos cala hasta los huesos.
En silencio, buscabas la manera de sostener el cielo con tus manos y recorrían tus ojos cualquier esbozo de luz que conseguía atravesar el cristal de mis ventanas.
Flanqueabas todos mis muros, en pasado, ahora ya no te sueño.
Nos hemos consumido hasta desgastarnos, y ya ni mi tristeza es mía; ni yo siquiera. 
Tú, incorpóreo, escapabas de mi pecho haciéndome dudar hasta de mi propia existencia. Descansabas sobre mi alma, desnuda de toda duda, y te tumbabas a oír unos latidos de un corazón en el que hace tiempo que la sangre está en mal estado. En ese momento Fuimos, fuimos solo por un instante; una fracción de segundo en la que temíamos la despedida, en la que nos dimos cuenta que era un error seguir fingiendo algo inexistente; bonito, pero inexistente. No te preocupes, no nos juzgo, el olvido se encargará de perderte. Y lo juro, esta será la última vez. 
No volveré a coserte los sueños a mi costado.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Frente a frente.
He soñado con una mirada que no he sabido reconocer.
Me he visto reflejada en unos ojos que me atravesaban el alma.
Sé que había visto ese destello antes, lo juro, pero no logro saber en quién.
En mi sueño, su mirada susurraba que alguien no se marchara. Su mirada me abrazaba sin saber por qué.
Cómo puedo haber soñado con unos ojos que no recuerdo. O que no quiero recordar.
No parpadeaba, ni lloraba, simplemente estaba ahí, viendo mi sueño desde dentro. Sintiéndose parte de él.
Su mirada parecía escribir en braille, parecía cantar a Bon Jovi, parecía que se iba a esfumar pero no, no hacía nada.
He buscado en mi memoria de quién eran esos ojos, porqué he soñado con ellos. Y no encuentro respuesta.
Me miraban. Sólo me miraban, con el mismo miedo que un reo mira al verdugo.
Me miraban con ternura. Impasibles. Sus ojos me miraban y han dejado de hacerlo. Nos hemos despertado y nos hemos dado cuenta que ya no podemos mirarnos a los ojos, que agachamos la mirada, que nos avergonzamos. Sin saber porqué.
Hace mucho tiempo que sólo miramos a los ojos a un par de personas. Que no nos miramos, porque sólo sabéis mirar juzgando. Que hemos pasado a mirarnos a medias, de refilón, esquivando el contacto directo.
Que tememos a unos ojos que nos apaguen la luz, que consigan fundirnos los plomos.
Nos paralizamos si llegan unos ojos que nos miran y nos descolocan por dentro. Que queremos evitar el daño.
Que nos da miedo mirarnos y que nos sangren las heridas a partes iguales.
Que nos acojonamos cuando alguien nos mira a los ojos y queremos salir corriendo.
Que hemos perdido la costumbre de mirarnos, frente a frente.
Y que yo, ya sólo espero que vuelvan tus ojos, aunque sea en sueños.