domingo, 25 de enero de 2015

Siempre se puede ser cualquiera.
Podría limitarme a escribir un poema cualquiera sobre una mujer cualquiera. Podría, es cierto. Y quizás lo haga.
Comenzaría hablando de la curvatura de sus labios en cada sonrisa. De sus labios marcados a fuego, por un precioso carmín. 
Quizás luego me pararía a hablar de la profundidad de su mirada, al igual que sus palabras. Esos ojos que susurran venecia, sus malditos ojos grises. Con sus medias palabras, palabras grises que se tornaban negras.
Probablemente, si me dignara a hablar en un poema cualquiera de una mujer cualquiera, no continuaría hablando de su pálida tez, ni de sus frías manos, ni de su cuello, ni de sus claviculas; donde me encantaría perderme.
Probablemente continuaría hablando de su figura. De la silueta que se deja ver tras la nube de polvo después de haber volado algún edificio.
Y después, si tuviera la decencia, o quizás todo lo contrario: si tuviera la indecencia de continuar mis palabras en un poema cualquiera a una mujer cualquiera... Quizas si me atreviera, no haría nada más que entregarle todas mis amargas palabras, una rosa blanca y un bala de cualquier calibre, a mi medida; para que la mujer cualquiera del poema cualquiera de la que en 43 líneas me he enamorado decidiera matarme como ella prefiriera: con una bala hecha a mi medida, con una perfecta rosa blanca o tomando mis palabras y matándome de la peor manera, con el silencio.
Pero entonces, ya sería demasiado tarde, aunque la mujer cualquiera de mi poema cualquiera, ya me habría matado, sería demasiado tarde por que ya me habría enamorado de ella, pensando que 'cualquiera' sería su nombre y que entonces la palabra cualquiera nunca sonaría más bonita.