martes, 5 de agosto de 2014

Que mi nombre no se borre de la historia.
El olor a pólvora embriagaba cada rincón de la ciudad. Las calles estaban vacías. Solo se escuchaban gritos y los metálicos ruidos de los fusiles.
La soledad era la única que las acompañaba en aquel momento. Con el corazón desbocao' comenzaron a oír el ruido escalofriante de los fusiles a unos pocos metros.
Ya no había vuelta atrás.
La realidad era triste. Iban a morir frente a un pelotón de fusilamiento, solo por pensar diferente y defender sus ideales.
La impotencia de tener que morir rodeadas de aquellos que imponían sus ideales sobre los de los demás.
La indiferencia con la que se comportaban cientos de personas frente a estas muertes.
La rabia nos corroe por dentro con solo recordarlo.
-Lo único que nos queda es la venganza.- Decían miles de camaradas que aún no habían sido detenidos.
En la oscuridad de la noche sus gritos se hacían aún mayores. La locura se apoderó de todos nosotros.
-Paciencia camaradas, se sabrá la verdad.-
La sinceridad con la que miles de personas luchaban por cambiar lo injusto.
Y porque la memoria de las personas que dieron su vida por nosotros, por los ideales, nunca se olvide.
Por tener la libertad que el pueblo se merece.
Y así las trece cayeron inexorablemente con el único deseo de no ser olvidadas.